O el desastre de despedir a un compañero especial.
Sin duda alguna, uno de los momentos más difíciles para la inmensa mayoría de jefes, es el de enfrentarse al despido (jaque mate) de un elefante.
Antes de entrar en materia, déjame que te diga qué es un elefante para mi. Un elefante no es más que una persona del equipo del jefe, con la que éste tiene una fuerte vinculación emocional. Normalmente, esta vinculación especial está basada en una confianza absoluta fraguada a lo largo de los años, un profundo conocimiento mutuo y, todo ello, aderezado con altos estándares de calidad en el trabajo desempeñado por el trabajador durante la mayor parte de la relación laboral, aunque en los últimos tiempos puede que no sea así.
El despido de un elefante suele gestionarse de la peor forma posible, como he podido observar la mayoría de las veces en las que he asistido, como espectador, a algún despido de estas características. El resultado ha sido casi siempre desastroso, para el despedido, para el jefe y para el resto del equipo.
¿Qué hace que este tipo de despidos suelan ser un desastre? El error fundamental, que normalmente comete el jefe, es anteponer la emoción a la estrategia. De esta forma, piensa que “ser uno mismo” en la conversación, “mostrarse auténtico” con su “amigo”, hablar “desde el corazón”, y demás paparruchas similares, hará que el despedido pueda llegar a entenderle, se pondrá en su lugar, comprenderá que para él tampoco es fácil y, desde este entendimiento, le ayudará a que la situación sea lo menos dolorosa posible para ambos (por favor, que suenen los violines).
Al afrontar de esta manera el despido, el jefe comete el error fatídico de ubicar la conversación en el mundo de los sentimientos y no en el de la lógica; se desarma y queda desamparado ante la emotividad impredecible del despedido, y olvida su objetivo primordial: que la empresa ha de obtener el resultado que necesita, y para ello, absolutamente todos los detalles han de estar controlados.
En el territorio de la emoción, el despedido es el débil, se convierte en la víctima, lo que paradójicamente deja al jefe y a la empresa en desventaja, pues su posición pasa a ser la de verdugos. Al ser la víctima, el despedido tiene la posibilidad de erigirse ante los demás como mártir injustamente traicionado, convirtiendo a sus verdugos en insensibles y despiadados responsables de su fatal destino, pudiendo provocar una quiebra en la cuenta emocional que el jefe y la empresa tienen con sus trabajadores. Se puede a llegar a destruir, en una única conversación, todo el trabajo realizado por el jefe y el dinero invertido por la empresa, en la generación de confianza y en la construcción de un equipo de trabajo fuerte y unido, para lo que es necesario dedicar meses e inclusos años de planificación y esfuerzo.
En resumen, la empatía, la inteligencia emocional mal entendida, es la forma menos eficaz de enfrentarse al despido de un elefante.
Cómo ha de hacerse este tipo de despidos te lo cuento en el post titulado: