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Infantilismo y victimización laboral.

Si nos fijamos en las fechas de los diferentes estudios y obras mencionados en el artículo anterior de esta serie, «El Gefe: La Dictadura de la Felicidad (3/4)«, podemos observar que incluso alguno de ellos tiene más de medio siglo de vida, por lo que es un conocimiento que los teóricos e incluso los prácticos de management deberían conocer. Y por lo tanto la proliferación de la idea del Gefe, debería haberse observado con algo más de rigurosidad y afianzarse sobre bases más sólidas, que un concepto que cuenta con poco más que un gran gancho marketiniano, especialmente útil en esta época de mensajes breves y de reflexión escueta. 

Personalmente creo que el éxito de este tipo de conceptos, se debe a lo que Pascal Bruckner denomina Inocencia, y que en su libro “La tentación de la inocencia expresa magistralmente: “Llamo inocencia a esa enfermedad del individualismo que consiste en tratar de escapar de las consecuencias de los propios actos, a ese intento de gozar de los beneficios de la libertad sin sufrir ninguno de sus inconvenientes. Se expande en dos direcciones, el infantilismo y la victimización, dos maneras de huir de la dificultad de ser, dos estrategias de la irresponsabilidad bienaventurada. En la primera, hay que comprender la inocencia como parodia de la despreocupación y de la ignorancia de los años de juventud; culmina en la figura del inmaduro perpetuo. En la segunda, es sinónimo de angelismo, significa la falta de culpabilidad, la incapacidad de cometer el mal y se encarna en la figura del mártir autoproclamado.”

Adaptando sus palabras a la cuestión laboral que nos ocupa en este artículo, podemos preguntarnos: ¿Qué es el infantilismo laboral? A lo que responderíamos que no es sólo la necesidad de protección del individuo ante la potencia de la empresa todo poderosa, legítima en sí, sino la transferencia al seno de la edad adulta (y de la actividad profesional) de los atributos y de los privilegios del niño. Puesto que éste es en Occidente desde hace un siglo nuestro nuevo ídolo, nuestro pequeño dios doméstico, aquel al que todo le está permitido sin contrapartida, conforma —por lo menos en nuestra fantasía— ese modelo de humanidad que nos gustaría reproducir en todas las etapas de la vida. Así pues, “el infantilismo (laboral) combina una exigencia de seguridad con una avidez sin límites (de felicidad), manifiesta en el deseo de ser sustentado sin verse sometido a la más mínima obligación. Si se impone con tanta fuerza, si tiñe el conjunto de nuestras vidas con su tonalidad particular, es porque dispone en nuestras sociedades de dos aliados objetivos que lo alimentan y lo segregan continuamente, el consumismo y la diversión, fundamentados ambos sobre el principio de la sorpresa permanente y de la satisfacción ilimitada. El lema de esta «infantofilia» (que no hay que confundir con una preocupación real por la infancia) podría resumirse en esta fórmula: ¡No renunciarás a nada!

En cuanto a la victimización laboral, es esa tendencia del trabajador mimado del «paraíso capitalista» a concebirse según el modelo de los pueblos perseguidos, sobre todo en una época en la que la crisis mina nuestra confianza en las bondades del sistema. Se atribuyen todos los males laborales al malvado jefe. Para que el trabajador sea inocente, es necesario que el jefe sea absolutamente culpable, transformado en enemigo del género humano. Ya nadie está dispuesto a ser considerado responsable de su realidad, todo el mundo aspira a pasar por desgraciado, por oprimido por un malvado jefe aunque no esté pasando por ningún trance particular.

La aparición de conceptos como Gefe, y su reflejo en la realidad empresarial, hacen que esta relación entre Gefe y empleado se rija (siguiendo los postulados del análisis transaccional de Eric Berne) por una conexión disfuncional padre-hijo, donde el Gefe ocuparía la figura del padre y el empleado la del hijo; y cuyas consecuencias inmediatas serían reforzar la aceptación del infantilismo y de la victimización laboral. Personalmente estoy convencido de que la mejor relación que puede darse entre el empleado y su jefe, es la de adultos comprometidos con los objetivos de la empresa y con los suyos propios; y ambos han de converger en un resultado preestablecido, que al alcanzarse beneficie a todos y cada uno de ellos; siendo la comunicación, la reciprocidad, el respeto y las Acciones de Liderazgo Líquido imprescindibles para lograrlo.


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EL GEFE: LA DICTADURA DE LA FELICIDAD (4/4)

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