O el sabor del mérito.
Posiblemente este sea uno de los párrafos más lúcidos que existen en la literatura sobre la falsedad del éxito:
“Vivimos en una sociedad sombría. Tener éxito, esta es la enseñanza que, gota a gota, cae de la corrupción a plomo sobre nosotros. Dicho sea de paso, el éxito es una cosa bastante fea. Su falso parecido con el mérito engaña a los hombres. Para la multitud, el triunfo tiene casi el mismo rostro que la supremacía. El éxito, ese sosia del talento, tiene una víctima a quien engaña: la historia. (…) En nuestros días, ha entrado de sirviente en casa del éxito una filosofía casi oficial, que lleva la librea de su amo y hace oficios de lacayo en la antecámara. Tened éxito: tal es la teoría. Prosperidad supone capacidad. Ganad a la lotería y sois un hombre hábil. Quien triunfa es venerado. Naced de pie, todo consiste en eso. Tened suerte y tendréis el resto; sed felices y os creerán grandes. aparte de cinco o seis excepciones inmensas, que son la luz de un siglo, la admiración contemporánea no es sino miopía. Se toma lo dorado por oro. No importa ser advenedizo, si se llega el primero. El vulgo es un viejo Narciso que se adora a sí mismo, y que aplaude todo lo vulgar. Esa facultad enorme, por la cual un hombre es Moisés, Esquilo, Dante, Miguel Ángel o Napoleón, la multitud la concede por unanimidad y por aclamación a quien alcanza su fin, sea quien fuere. (…) que un eunuco llegue a poseer un harén; que un militar adocenado gane por casualidad la batalla decisiva de una época; (…) no importa: los hombres llaman Genio a esto (…) Confunden con las constelaciones del abismo las huellas estrelladas que dejan en el cieno blando de un lodazal las patas de los gansos.”
“Los Miserables” de Victor Hugo
El texto anterior es un claro reflejo de nuestra sociedad actual, a pesar del tiempo que ha transcurrido desde que el genial Víctor Hugo lo escribiera. Esto hace que nos planteemos la posibilidad, por no decir que tenemos la certeza, de que el ser humano tiene cierta tendencia natural a valorar el resultado por encima de cualquier manifestación de mérito. Tal y como podemos deducir del texto anterior, vivimos en una sociedad en la que se valora mucho más el éxito que el mérito. Claro ejemplo de ello son los famosos programas de telebasura, en los que sus participantes tratan de buscar el éxito a toda costa, aunque ello suponga dejar patente su falta de mérito. El objetivo es conseguir que algo pite, y una vez que el burro logra hacer sonar la flauta, su única preocupación es convencer a los demás de que merece seguir teniendo éxito simplemente por el hecho de haber tenido éxito una vez.
Si damos por cierta esta premisa, cualquier empresa o individuo que se enfoque en el mérito como ruta imprescindible para lograr un éxito sólido y duradero contará con una enorme ventaja sobre aquellas empresas o individuos que interpretan el éxito simplemente como un Cisne Negro, o como un golpe de suerte fortuito.
Qué es el mérito?
De esta manera nos encontramos con la primera gran pregunta a la que responder: Qué es el mérito? Permíteme que defina el mérito, o al menos a la clase de mérito a la que me refiero en este artículo, como la habilidad de una persona, o cualquier otro ente, para realizar una actividad o tarea de manera repetida garantizando una calidad en el resultado constante y por encima de la media.
En el mundo empresarial, en que hemos de incluir también todo aquello concerniente a los recursos humanos, el mérito llega básicamente por dos vías: la creatividad y la perfección. No es el momento de profundizar sobre la necesidad de la perfección para la creatividad, pero no podía desaprovechar la ocasión de hacer que te plantees esta pregunta: ¿hasta qué punto es imprescindible dominar los procesos de la creatividad para ser creativo? Me atrevo a decir que el mérito en la creatividad sólo se consigue mediante la percepción, y la perfección es una “simple” cuestión de procesos. Por lo tanto, quien domina los procesos alcanzará la perfección incluso en la creatividad.
A pesar de todo esto, estamos empeñados en educar a nuestra juventud en un sistema de valores completamente disfuncional, donde prima la falsedad del éxito sobre la verdad del mérito. Les obsesionamos con alcanzar la cumbre de la montaña y no dedicamos el más mínimo esfuerzo en enseñarles qué hacer para mantenerse allí con dignidad. Cualquiera que haya tenido cierto éxito profesional conoce perfectamente que es mucho más fácil llegar que perdurar. Nos preparamos para una carrera de alta velocidad, sin saber que lo que realmente debemos afrontar es una prueba de resistencia.
Estoy convencido de que muchas de las personas que leen este artículo piensa que ellas son diferentes, es más, en demasiadas ocasiones yo mismo trato de convencerme de que valoro más el mérito que el éxito. Sin embargo, cuando colocas delante de ti a personas que realmente están obsesionadas con el mérito y que dejan el éxito en segundo plano (que no quiere decir que lo desprecien), la realidad se hace evidente, y el espejo impasible devuelve tu imagen fiel sin ningún tipo de retoque.
Algo así me ha sucedido durante este verano. Por cuestiones del azar (que no del mérito…), un día perdido del mes de julio, mientras disfrutaba de unos días de vacaciones en el Parque Natural del Cabo de Gata, tuve la enorme fortuna de encontrarme con una pareja obsesionada con el mérito y cuya atracción por el éxito está bastante por debajo de la media. Esta pareja regenta un pequeño restaurante llamado Taberna del Faro, en Rodalquilar. El trato es excelente y la comida excepcional. Lo curioso es que su intención es estar en esta ubicación tan sólo durante unos meses. En octubre, tal como anuncian en su tarjeta de visita, el proyecto de la Taberna del Faro finalizará, a pesar de haber comenzado en mayo y de ser absolutamente imprescindible tener reserva si deseas cenar allí. Se trata de una especie de proyecto itinerante que prefiere retarse cada año, y desde el mérito alcanzar el éxito, saboreando el esfuerzo necesario para construir algo desde cero, antes que pudrirse de éxito siendo devorados por la demoledora destrucción de la autocomplaciencia.
Qué distinto tiene que ser cocinar de esta manera comparado con la de aquel cocinero obsesionado con mantener una de esas estrellas que alguien le ha concedido… Estoy convencido de que el sabor de sus platos serán completamente distintos; el del segundo querrá saber a éxito, el del primero sólo podrá saber a mérito.
El secreto del mérito de esta pareja está en su obsesión por los procesos. Me atreví a robarles una conversación en la que comentaban con una persona que les ayuda, la importancia de los procesos en la más insignificante de las cuestiones. Y ponían como ejemplo algo tan trivial como la manera de ordenar (no colocar) los platos sucios, no sólo en el lavavajillas, sino también en el fregadero. Para ellos, esta fijación con el orden garantiza la satisfacción del cliente. Afirmaban que al ordenar los platos en el fregadero de una manera determinada, y siempre la misma, en caso de que se necesitara urgentemente un plato concreto para servir aquello que un cliente les había solicitado, podrían localizarlo rápidamente; y así evitar la tensión que las prisas ocasionan. De esta manera se reduce el estrés de todo aquello que es ajeno al arte de cocinar, y todo el talento se centra en el mérito de los sabores.
Existe otra camino que es aquél que va desde el éxito al mérito, pero de ello hablaremos en otra ocasión.
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Muy de acuerdo con este post!
Muchas gracias por tu comentario Marta.